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La contemplación del propio entierro

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suentierro La contemplación del propio entierroEn el archicitado libro de Antonio de Torquemada  “Jardín de flores curiosas”, se narra  una historia, que se asegura que es verídica, aunque por discreción no se divulgue el nombre de los protagonistas, en que aparece un motivo, que más tarde gozará de gran difusión en leyendas y obras literarias emblemáticas de nuestro país: la contemplación del propio entierro.

En efecto, don Antonio relata que un caballero de alto linaje se prendó de los encantos de una monja, y, a su vez, logró encandilarla hasta tal punto que consiguió que le proporcionara unas llaves que le dieran por la noche acceso hasta su celda, con el fin de apagar allí los amores en que ardían. Todo trascurría según lo previsto por los amantes clandestinos, pero, al entrar en la iglesia por la que había de pasar para tener acceso a la zona de clausura del convento, el caballero se vio sorprendido al ver, estupefacto, que había colocado en el altar un túmulo rodeado de clérigos provistos de hachones encendidos y cubiertos de negras sobrepellices. Sin embargo, su sorpresa sería mayor, cuando, al hacer pesquisa de la identidad del fallecido, se le respondiera que el cadáver era, nada más ni nada menos, que él mismo. Confuso por la respuesta recibida, decidió volver a casa para reponerse del susto, y comprobó que por el camino se acomodaron al trote de su caballo dos canes negros de espantable figura, que no hubo forma de alejar de allí. Llegó, por fin, el caballero a su hogar demudado de color, contó a sus criados lo sucedido, y se retiró a descansar a sus aposentos, donde fue hecho pedazos por los canes negros que lo escoltaron a lo largo del camino.

Fuente: “Portentos y prodigios del Siglo de Oro” de Luciano López Gutiérrez.


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